El hogar natural y el hogar que creamos

 Hace unos años comencé a desarrollar una conexión especial y genuina con la naturaleza y las innumerables especies que habitan en ella. Este apego natural ha marcado mi forma de ver el mundo, y a medida que crecí intelectualmente, mis decisiones e intereses se moldearon por la firme convicción de que nuestro deber es proteger el planeta. A lo largo de mi vida, mientras adquiría más conocimientos sobre el medio ambiente y la interacción humana con él, llegué a una dolorosa conclusión: los seres humanos, en muchos aspectos, actuamos como una plaga que degrada, casi sin remordimiento, el esplendor de los ecosistemas. No solo estamos afectando a las especies que consideramos “importantes”, como las abejas o el ganado, sino también a aquellas que pasamos por alto, como las hormigas o incluso las cucarachas. Esta constatación me resultó indignante y me llevó a replantear mi visión del mundo, especialmente en mi ámbito profesional.

La arquitectura no debe ser una intervención que arrase con lo que ya existe; más bien, puede y debe integrarse armoniosamente en los ecosistemas. Es posible concebir y diseñar espacios que no impongan su presencia, sino que coexistan con el entorno, respetándolo, aprovechando los recursos que este ofrece y realzando su belleza. Podemos aspirar a una visión de la arquitectura que permita la convivencia con grandes extensiones de naturaleza sin despojarlas de su esencia. Lamentablemente, el mundo que nos rodea se vuelve cada vez menos verde, y aunque los seres humanos somos rápidos para señalar la degradación ambiental, rara vez asumimos nuestra responsabilidad en este proceso.

Un arquitecto, por tanto, debe poseer la habilidad y sensibilidad necesarias para establecer una relación respetuosa y equilibrada con el entorno en el que trabaja. Más allá de crear estructuras, su labor implica un diálogo profundo entre la obra que concibe y el espacio natural que la rodea. No se trata de imponer su arte como una declaración de poder o dominio, sino de permitir que la arquitectura fluya de manera orgánica, en armonía con la naturaleza, respetando sus ritmos, texturas y formas. La arquitectura moderna, en su esencia, debería tener como objetivo no solo evitar agravar el daño que ya hemos causado a los espacios verdes, sino también reparar y mejorar nuestra relación con ellos. La construcción no debe ser una amenaza para el entorno natural, sino una oportunidad para coexistir con él, aprovechando al máximo su potencial sin sacrificar su integridad.

En este sentido, propongo que los diseños arquitectónicos se inspiren en una simbiosis con la naturaleza y que los arquitectos busquen maneras de integrarse, en lugar de invadir. Un excelente ejemplo de esta filosofía son los baños termales diseñados por Peter Zumthor. Este proyecto no solo destaca por su belleza estética, sino también por la profunda empatía que refleja hacia el entorno. Es un diseño que invita a la contemplación y al respeto por la naturaleza circundante, demostrando que la arquitectura puede ser una manifestación de sensibilidad y conexión con el mundo natural, y no una fuerza destructiva que lo devasta. El proyecto de Zumthor, como lo dice un artículo de Arch Daily es una idea de crear una cueva y al estar hecho de roca recolectada naturalmente le da el sentido de hogar más el agua y sus temperaturas calientes también sirven o reflejan refugio.

 

Bibliografía:

O’Grady, E. (2024). The Therme Vals / Peter Zumthor. ArchDaily. https://www.archdaily.com/13358/the-therme-vals

 


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