La magia de la contemplación
He leído y he comprobado que una vez que empezamos a notar lo que nos rodea, a observar con verdadera atención, nos transformamos en seres más autónomos, más conscientes de nuestra existencia y de los espacios que habitamos. Es como si, de repente, nos hiciéramos presentes en un mundo que antes solo vislumbrábamos de manera superficial. Esta toma de consciencia es fundamental para habitar los espacios de forma plena, para sentirnos parte de ellos y no simples espectadores. Mientras veía Baraka, me sumergí en un viaje interior y exterior. Baraka fue una experiencia compleja, un balance entre momentos de aparente tedio y la capacidad de contemplar, de dejar que las imágenes se desplieguen ante nuestros ojos sin la prisa por interpretarlas de alguna manera específica. La música instrumental que acompaña las imágenes actúa como un catalizador, elevando la mente a un estado donde la apreciación se convierte en un acto meditativo. En ese estado, somos capaces de darle un significado profundo a lo que observamos, de atribuirle un propósito que trasciende la mera visualización.
Octavio Paz se refiere al proceso que he descrito anteriormente como “la hechura y el sentido”. Cada individuo tiene una percepción única del mundo y de sus múltiples elementos, y esta percepción está intrínsecamente ligada a nuestras vivencias, a los contextos que nos han formado. Así, la “hechura” de las creaciones que observamos, ese proceso de dar forma y sentido, varía de persona a persona. Lo que para uno puede ser un simple detalle, para otro puede encerrar un universo entero de sentidos. Es en este acto de contemplación consciente donde reside la verdadera riqueza de nuestra experiencia humana, en la capacidad de darle vida y sentido a lo que vemos, de construir nuestras propias interpretaciones del mundo que nos rodea, darle funcionalidad a la observación. Octavio, además, nos expone la funcionalidad de los objetos que podemos encontrar en medio de la cotidianidad. Por ejemplo, e inspirando mi ejemplo a una actividad a la cual invita Octavio a través de su interrumpido significado al observar una botella de vino y luego esta ser utilizada para ponerle flores, doy mi ejemplo: en mi barrio, cuando nos encontramos dos “palitos” (dos árboles) que tengan abundancia de hojas y sus frutos, colgamos una hamaca y disfrutamos de tres cosas: sombra, fresco y frutas. Estos árboles también son parte de un paisaje estéticamente impresionante, parte del disfrute de este mundo maravilloso.
La contemplación, con el paso del tiempo, se transforma en un acto tan profundamente meditativo que llega a convertirse en una interrupción real del flujo habitual del tiempo. Es como si, en ese momento, el mundo exterior dejara de existir tal como lo conocemos, y nos traspasáramos a una dimensión diferente, donde los minutos pierden su peso y la mente se libera de las ataduras del reloj y el estrés que nos pueda estar rodeando. He podido constatarlo personalmente en innumerables ocasiones, como cuando me encuentro frente a la famosa torre de nuestra universidad al caer la tarde. Mientras el sol desciende lentamente y las sombras comienzan a envolver la estructura, me doy cuenta de que el tiempo ha transcurrido sin que yo lo haya notado. El viento, que apenas roza mi piel, se convierte en un mero acompañante de mi estado hipnótico, mientras yo permanezco recostada en la grama, sintiendo se entierra la grama picosa en mi piel, conectándome aún más con la tierra que me sostiene. Quizá esto último sea un detalle de exageración, pero en esos momentos, todo parece adquirir una intensidad especial.
Baraka, al principio, me pareció tediosa. Confieso que me aburrí en los primeros minutos. Sin embargo, lo que inicialmente percibí como monotonía se reveló como una puerta hacia un estado contemplativo que, más que cualquier otra cosa, las personas necesitamos desesperadamente en nuestras vidas. Ese estado de pausa, de detenernos para simplemente existir, es algo que olvidamos con frecuencia en la rapidez de lo cotidiano. Baraka nos ofrece esa oportunidad rara y preciosa de entrar en un trance en el cual recordamos que hay maravillas alrededor nuestro, si tan solo nos detenemos a mirarlas. No extrañamos lo que no sabemos que existe, por eso, darnos la oportunidad de presenciar textos como los de Octavio Paz y películas como Baraka es lo mejor que podemos hacer. A veces, lo único que necesitamos es silencio, una quietud que nos permita ser con simpleza. Eso es lo que Baraka nos otorgó: la posibilidad de existir en el presente, sin prisas, sin expectativas, solo en sintonía con el momento y con nosotros mismos. Eso es la magia de la contemplación.
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