¿Realidad, realidades o creencias?

El arte, en su mayoría, es una manifestación directa y profunda de los sentimientos del artista, un espejo que refleja su mundo interior con una claridad que puede resultar abrumadora. A menudo, a través de nuestras creaciones, buscamos expresar aquello que nos agobia, las sombras que nos atormentan en la noche y que nos quitan el sueño. En otras ocasiones, el arte se convierte en un vehículo para transmitir el orden, la armonía, y la fluidez que experimentamos cuando logramos tomar las riendas de aquellos aspectos de la vida que están bajo nuestro control. Desde tiempos inmemoriales, los seres humanos han sentido una necesidad imperiosa de comunicarse, un impulso tan natural como respirar o llorar por hambre. A través de gestos, signos, símbolos y un sinfín de medios, hemos intentado compartir nuestras experiencias, pensamientos y emociones interiores para comunicar. Somos la primera especie en desarrollar un lenguaje sofisticado que nos permite no solo comunicarnos, sino también interactuar y conectarnos a un nivel profundo. Siempre he creído que el deseo de expresar lo que llevamos dentro es una necesidad fundamental, un comportamiento que está en constante evolución, adaptándose y creciendo a medida que lo hacemos nuestro.

    Desde mi infancia, he tenido una fascinación casi obsesiva por el papel y el lápiz. Siempre buscaba oportunidades para escribir, leer, y aumentar mi colección de libretas y lápices, cada uno de ellos representando una puerta hacia un mundo nuevo de posibilidades. Una vez soñé que uno de mis abuelos (que no conozco ni tengo un lazo significativo) jugaba la lotería, ganó, pero no dinero, sino lápices y, me los obsequió diciendo: “sigue creando tus mundos mágicos”. Ha sido uno de los sueños más especiales. Esta pasión por la escritura y la lectura no solo estimuló mi mente, sino que también fue fundamental para mi desarrollo intelectual y emocional. Aún hoy, cada vez que me enfrento a una página en blanco, siento el poder de las palabras, una capacidad para dar forma a realidades distintas, para transmitir emociones y pensamientos que de otro modo quedarían atrapados en mi interior. Las realidad es colectiva, las realidades son individualistas. 

    El arte, en todas sus formas, es un reflejo íntimo y personal de la mente que lo crea. Es un cómplice silencioso que revela, a través de formas, colores, y palabras, la verdadera esencia de quien lo concibe. Al contemplar el arte de una persona, no solo observamos sus habilidades técnicas, sino que también nos adentramos en su mundo interior, accedemos a lo que realmente es y siente. La contemplación del arte es más que un simple acto de observación; es un proceso en el que nuestra mente se derrama sobre la obra, absorbiendo lentamente nuevas perspectivas, fragmentos de realidades que antes nos eran ajenas. Cada intento de comunicación a través del arte encierra realidades ocultas, verdades que pueden no ser evidentes a simple vista. La realidad que compartimos todos es un lienzo común, pero las realidades individuales son múltiples, cada una única y personal. Es en esta multiplicidad de realidades donde reside la verdadera riqueza del arte, en su capacidad para conectar, aunque sea brevemente, nuestras experiencias individuales con las de los demás. 

    La arquitectura trasciende los límites de lo que entendemos como arte, llevando consigo una riqueza que va más allá de la estética. No es solo una manifestación artística que admiramos, sino que es un arte que habitamos, que se convierte en parte de nuestra vida diaria. Es un arte que moldeamos y hacemos nuestro, transformándolo en un hogar, en un refugio donde se desarrollan nuestras experiencias más íntimas y cotidianas. Los espacios que habitamos no son solo estructuras físicas, sino manifestaciones tangibles de la arquitectura, que dan forma y sentido de orden a nuestras vidas. Incluso los espacios que parecen vacíos, que permanecen en soledad, llevan consigo la marca de la arquitectura, pues han sido diseñados para ser parte de nuestra existencia, aunque sea en silencio. Cada espacio, habitado o no, refleja una intención, un propósito que va más allá de las paredes y el techo, capturando la esencia de lo que significa crear un lugar en el mundo. Los espacios que habitamos son arquitectura, los espacios que viven en soledad, ya son monumentos artísticos que no supimos habitar. Puedo decir que la arquitectura tiene vida propia. 

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